Marina

La Marina Real, Orgullo de los Borbones de las Dos Sicilias

La natural posición geográfica del Reino de Nápoles favoreció desde siempre el desarrollo de las fuerzas marinas mercantiles y militares. Sobrevolando la edad romana (que en todo caso vió prosperar importantes ciudades marineras), ya a finales de la Edad Media tenemos que recordar ejemplos luminarios de yelmos de Cesario Console que salvaron Roma en el 849 por la invasión de los sarracenos en la batalla de Hostia; y luego naturalmente los fastos de Amalfi, con la invención de la brújula y con la imposición a la “bora” del nombre de “tramontana”, ya que exhalaba de su país de Tramonti; y, llegando a la edad moderna, como no podemos hablar de los 38 yelmos armados en Nápoles y en Sicilia bajo la bandera española en la batalla de Lepanto, que representaron la segunda mayor contribución a la flota de la Liga cristiana, después de Venecia.

La Marina Real
La Marina Real

Cuando Carlos de Borbón conquistó el Reino de Nápoles y Sicilia en el 1734, estableciendo la dinastía borbónica y restaurando la independencia del Reino, la situación era diferente por las continuas incursiones de los piratas.

En abril del 1738 una escuadrilla de jabeques argelinos entró en el Golfo de Nápoles con la clara intención de secuestrar nada menos que a el Rey en persona y llevarle como rehén al bey turco de Argel. Naturalmente, el plan descabellado fracasó, pero para Carlos fué una clara señal de la seria necesidad de reforzar en serio toda la fuerza militar naval, para hacerla apta y digna de una parte de potencia mediterránea.

La Marina Real
La Marina Real

Desde ese momento los Borbones de Nápoles empezaron, aun en el campo naval, aquella política de reformas y consolidación por las que siempre se consolidaron, hasta crear la marina napolitana tan moderna y potente que podía ser superada en el mundo sólo por las de pocas otras grandes naciones.

Carlos creó un sistema de defensa naval desplazando tres formaciones navales en los puntos neurálgicos del Reino. La primera controlaba las costas del Tirreno, la segunda el Jonio y la tercera Sicilia.

Además, para hacer segura la vida de sus súbditos, Carlos no descuidó los tratados diplomáticos con el Sultán de Constantinopla, del cuál dependían las regencias de Tripoli, Túnez y Argel, aunque efectivamente las incursiones continuaron como antes. Carlos empezó a contestarlas cor la violencia, y de aquel momento las incursiones empezaron a disminuir, hasta desaparecer.

Antes de ceñir la Corona de España en el 1759, Carlos de Borbón nombró un Consejo de Regencia para Fernando IV, que tenía todavía ocho

años; efectivamente el Consejo descuidó la política naval, sin embargo Fernando no lo hizo cuando asumió los poderes plenos.

Él comprendió en seguida la necesidad de reforzar la armada naval, a tutela de los súbditos así como del comercio marítimo, el Primer Ministro inglés John Acton le ayudó, y también se convirtió en Ministro de la Guerra y la Marina también, por su extraordinaria competencia de hombre de mar. Juntos predispusieron un plan ambicioso que aspiraba al desarrollo de los astilleros y las construcciones navales.

Se construyeron en breve tiempo 6 navíos de 74 cañones y 6 fragatas de 32/40 cañones. Se construyó, además de aquél ya existente en Nápoles, un nuevo y más eficiente arsenal en Castellamare de Stabia entre los bosques del monte Faito y los manantiales de agua mineral: fué uno de los primeros del Mediterráneo también por tamaño con tres imponentes escalas, que permitieron programar al mismo tiempo igualmente grandes navíos. Una imponente maquinaria a diez árganas, a cada uno de los que se destinaron treinta y seis hombres, considerada en aquella época un verdadero prodigio, permitió carenar cómodamente en seco barcos de cualquiera mole.

Arturo Faraone escribe: «Se trataba de un auténtico “astillero modelo” para la época: se emplearon los nuevos procedimientos técnicos de la revolución industrial y se formaron, así, maestranzas locales sumamente calificadas, que conquistaron fama de excelentes constructores de buques. Bajo la dinastía borbónica se botaron, en el astillero de Castellamare, unidades navales entre las más modernas y veloces de la época, como las fragatas Partenope, Hércules, Arquímedes, Carlos III, Samnita y Héctor Fieramosca, con máquinas de 300 caballos. En los veinte años que van desde el 1840 y hasta el 1860, desde la botadura del bergantín Generoso hasta la botadura de la fragata mixta Borbón, se botaron un total de más de 43.000 toneladas de canal, entre navíos, fragatas, artilleros y bergantines. El Astillero de Castellammare también siguió su gloriosa actividad después de la unidad de Italia. Es el caso de recordar que de las escalas del glorioso Astillero se botaron los dos buques escuela de la Marina Militar italiana: el Cristoforo Colón en 1928 y el Américo Vespucio en 1931. El último, todavía hoy, suscita estupor y maravilla cuando se presenta en los puertos de todo el mundo durante los cruceros de adiestramiento de los alumnos oficiales de la academia naval de Liorna».

La Marina Real
La Marina Real

Como prueba del valor ala cuál la flota estaba asumiendo internacionalmente, basta recordar que en el 1784 participó junto a las de España, Malta y Portugal en una acción combinada contra las fortificaciones de Argel, pero sobre todo se distinguió en el asedio de Tolone del 1793: Fernando puso a disposición de la Primera Coalición contra los franceses tres navíos (el Guiscardo, el Samnita y el Tancredi, este último mandado por Francisco Caracciolo), cuatro fragatas (la Aretusa, la Minerva, la Sibila y la Sirena), dos bergantines y un contingente de 6.500 hombres armados de nuevos fusiles modelo 1788, que se distinguieron en los tres meses de asedio al punto de suscitar la admiración del mismo Napoleón.


La flota en llamas. La reconstrucción

Pero la tragedia estaba a la puerta. En las anteriores voces de este sito, hemos dado noticia de los trágicos y gloriosos acontecimientos que ocurrieron en el 1799 (véanse las voces: “Fernando IV” y “las rebeliones filoborbónicas”), que vieron, en el curso de la guerra contra los napoleónicos, en el lapso de seis meses la pérdida del Reino de parte de Fernando (con el nacimiento de la efímera República Partenopea), y su reconquista por el Cardenal Ruffo. Durante estos acontecimientos irresistibles, entre otras desgracias, también ocurrió que Oratio Nelson convenció a Fernando en calidad de “amigo protector”, a incendiar la entera flota situada en Nápoles y en Castellammare, para que no cayera en las manos de los napoleónicos que estaban por entrar en la capital. El trágico espectáculo al que asistieron todos los napolitanos el 9 de enero de 1799 no se olvidó nunca más. En el golfo, al improviso, la entera gloriosa flota estaba en llamas delante de sus ojos trastornados y quebrantados. Se puede discutir hasta que se quiere (como siempre ha ocurrido) sobre el hecho que es de costumbre en guerra destruir los mismos armamentos (y no sólo aquéllos) cuando están por caer en las manos del enemigo: destruir la flota del Reino de Nápoles fué indudablemente un acontecimiento que aventajó enormemente el predominio inglés sobre el Mediterráneo, además de poner el Reino bajo el control británico. En todo caso Fernando tuvo que regresar de nuevo a Sicilia desde el 1806 y hasta el 1815, y sólo en aquel año pudo volver a Nápoles y retomar en sus manos el gobierno efectivo del Reino, denominado ahora Dos Sicilias. En seguida empezó a reorganizar sus fuerzas armadas (la experiencia de los últimos veinte años dejó sus huellas), y en particular la de La Marina. Se botó el primer buque de vapor del Mediterráneo el 24 de junio de 1818; se publicaron las “Ordenanzas Generales de la Real Marina”, relativas a la organización de la Armada de Mar, comprendidas las disposiciones de carácter general sobre los uniformes. En cuatro años la Marina llegó a alinear tres divisiones con unas setenta naves de guerra de todas las moles.

La Marina Real
La Marina Real

Quien retomó la política militar marítima fué naturalmente Fernando II: la flota napolitana se enriqueció con unidades de vapor, en un primer momento a ruedas y luego a hélice, convirtiéndose así en una de las más potentes del Mediterráneo. Hemos visto en el argumento dedicada a todas las notables reformas y construcciones actuadas o encaminadas por este gran soberano: también en este campo se distinguió por su iniciativa y genialidad: en el 1834 fundó en Pietrarsa la “Real fábrica mecánica Militar”, la primera “Escuela de ingenieros mecánicos” de Italia, y una fábrica de utensilios y máquinas marinas para armar las fragatas napolitanas.

Pietrarsa, con su ochocientos obreros, era el primer taller italiano. Además las

iniciativas de Fernando también favorecieron la iniciativa privada: nacieron fábricas como la Guppy & Cía., la Zino & Herry y los astilleros y los talleres Pattison, todas en el napolitano, que posteriormente se utilizarían por la Marina italiana después del 1861.

Además Fernando II construyó en el puerto de Nápoles el primer dique de arreglo en Italia. La armada de mar había aumentado su consistencia con numerosas fragatas a ruedas de 50 cañones, varios bergantines y pirocorvette.

Se componía de:

1- Real Cuerpo de artilleros y marineros, articulado en 16 compañías activas de embarco y dos compañías sedentarias;
2- Regimiento “Real Marina” (con un escalafón de 2400 hombres) articulado en dos batallones por seis compañías;
3- Cuerpo de genio marítimo;
4- Cuerpo telégrafico;
5- Cuerpo sanitario;
6- Cuerpo administrativo con tres Departamentos (Nápoles, Palermo y Mesina).

El Organo supremo de la armada de Mar era el Almirantazgo, sujetado por un príncipe de Borbón, hermano del Rey, Comandante General de la Armada de Mar con el grado de vice-almirante, acercado por un Consejo de Almirantazgo. La Armada también tuvo ocasión de obrar en ultramar, en Brasil.

Muelles
Muelles

Los oficiales se formaban en la Real Academia de Marina, fundada en el 1735, que tenía un observatorio astronómico-náutico entre los más apreciados de Europa; Fernando II en 1841 la fundió con la Academia militar de la Nunciatella, para que los futuros oficiales de marina fueran elegidos entre los alumnos del colegio militar.

En el 1848, durante la Primera Guerra de Independencia, Fernando II envió 5 fragatas de vapor, 2 de vela, 1 bergantín y variados transportes varios con 4000 soldados, mandados por Guillermo Pepe, para liberar Venecia de los austríacos; sin embargo revolución del 15 de mayo hizo fracasar todo, y el Rey se apartó de la guerra. Es una evidencia indiscutible que la Marina italiana nace por la agregación progresiva, en el bienio 1860/61, de las Marinas preunitarias (Sarda, Napolitana y Toscana) a las que se suman los hombres de la Marina Garibaldina y dos unidades ponticicias de presa bélica, recobradas en el puerto de Ancona. El día de la proclamación del Reino la flota se componía de 97 barcos (79 operativas); 22 eran de hélice, 35 de ruedas y 22 de vela: provenían 32 de la Marina Sarda, 8 de Toscana, 2 de la Pontificia y 37 de la Marina de las Dos Sicilias (24 de la Napolitana y 13 de la siciliana).