El Cardenal Ruffo y el Levantamiento de los filoborbónicos
En la página dedicada a Fernando IV hemos señalado la momentánea pérdida del Reino a causa de la invasión de los ejércitos franceses y la reconquista actuada por el Cardenal Ruffo con decenas de millares de emergentes que voluntariamente tomaron las armas en defensa de la Iglesia y de la Monarquía borbónica legítima contra el republicanismo jacobino y el invasor napoleónico.
Esta es una página de historia italiana de valor excepcional, que ha sido ocultada por la historiografía nacional, y que sólo en estos últimos años empieza a ser conocida por el gran público, gracias a la contribución de muchos historiadores que,movidos por espíritu de verdad, han publicado estudios y organizados congresos en ocasión del bicentenario de los acontecimientos.
En realidad, la historia de las revueltas populares que los italianos actuaron contra el invasor napoleónico y sus aliados italianos, los jacobinos republicanos, no concierne sólo el Reino de Nápoles que se ocupó sólo en el diciembre de 1798. Pero ya en los tres años anteriores decenas de millares de italianos de todas las clases y edad tomaron las armas contra los revolucionarios en defensa de la Iglesia y de los legítimos soberanos. Hoy existen muchos estudios que describen los trágicos y heroicos eventos, y por el ahondamiento de tal página de importancia capital por la historia de las poblaciones italianas (véanse los “Libros aconsejados”).
Nos limitaremos señalar de manera breve pero clara el aspecto más glorioso y triunfal de la historia de la Manifestación controrivoluzionaria italiana, es decir, lo que ocurrió en el Reino de Nápoles en 1799 y entre 1806 y 1810.
Un pueblo en revuelta en nombre de Fernando IV
Napoleón Bonaparte invadió Italia en 1796 entrando del Piemonte y marchando hacia la Lombardía y el Véneto. La conquista estuvo fulmínea, pero lo que se conoce menos es que por dondequiera llegaran franceses y se instituyeran repúblicas jacobinas las poblaciones se sublevaron en masa contra los revolucionarios en defensa de la civilización tradicional italiana. Así fue en 1796 – 97 en el Norte de Italia, así en 1798 en los territorios del Estado Pontificio invadidos en el febrero por los franceses; así en 1799 en el Reino de Nápoles y en el resto de Italia, que se libera completamente en el octubre de aquel mismo año por una contrarrevolución general del pueblo italiano (de los Alpes a la Calabria) en nombre de la religión católica y de los legítimos soberanos y gobiernos.
Desde febrero de 1798 el Estado Pontificio nunca existía, y en su lugar nació la jacobina República Romana: durante todos los meses siguientes decenas de millares de personas se sublevaron contra los republicanos en nombre de Pío VI, que estuvo obligado a dejar Roma. En noviembre de 1798 Fernando IV decidió atacar la República romana para reconducir al soberano Pontífice sobre su legítimo Trono y amenazar a los jacobinos y al invasor napoleónico.
Atacado por Sur, el general napoleónico Championnet en un primer momento replegó, permitiendo a Rey Fernando IV de entrar de triunfador en Roma (la población le acogió en un tripuidio de alegría general); luego contraatacó; en esta ocasión el ejército napolitano no fue capaz de resistir, y se retiró de prisa hacia Nápoles, siempre evitando combatir, y entregando a los franceses todas las fortalezas de los territorios septentrionales del Reino, incluída la inexpugnable de Gaeta.
El 8 de diciembre de 1798 Fernando IV emanó desde El Áquila una proclama oficial con la que invita todos los sujetos a defender con las armas el Reino y la Religión contra el invasor revolucionario. Nunca una proclama se reveló tan poderosa. Championnet mientras marchaba tranquilo hacia Nápoles con tres diferentes ejércitos, encontró por su camino la inesperada y feroz resistencia de los emergentes abruceses y del bajo Lacio. Fueron exactamente éstos, miles de personas dispuestas a los más grandes actos de heroísmo, que retardaron por semanas la llegada de los franceses a la capital. Un hombre valga por todos, Michele Pezza de Itri, llamado Fraile Diablo, el más célebre y atrevido de todos los jefes emergentes de aquellos años, que combatió sin tregua a los jacobinos desde los primeros días de la invasión francesa y va a entregar su vida por la causa católica y borbónica. En todo caso, el 22 de diciembre el Rey Fernando con toda la Corte abandonaba en Nápoles se metió por mar en cuanto se sentía en peligro por vía terrestre (se refería a la evidente traición perpetrada por las más altas jerarquías del ejército, a partir del mismo Mack, que habían entregado el Reino al invasor sin combatir).
Nápoles quedó en manos del Vicario Pignatelli Strongoli, luego desautorizado por el Cuerpo de los Electos, un antiguo organismo aristocrático, donde resaltaba la figura del joven Antonio Capece Minutolo príncipe de Canosa, valiente defensor de la legitimidad borbónica (lo será por toda la vida); pero durante los días de enero, la anarquía se afirmó en la capital, a medida que los franceses se acercaban. A la noticia que también la fortaleza de Capua se había entregado a los napoleónicos sin combatir, los lázaros, miles de populares napolitanos, tomaron el control de la ciudad, listos para combatir contra los franceses y los jacobinos en defensa del Trono y de la religión.
La revuelta de los Lázaros empezó precisamente el día 13 de enero de 1799, y obligó a los demócratas partenopeos encerrarse en las fortalezas de la capital. Cuando Championnet decidió atacar Nápoles, los lázaros empezaron un heroica cuanto imposible resistencia, que duró hasta el 23, y costó 10.000 muertos más 1.000 franceses. El 21, mientras la entera ciudad combatía y moría contra los franceses, pocas decenas de jacobinos encerrados en Castel S. Elmo proclamaron el nacimiento oficial de la República Partenopea.
Por fin Championnet tomó la ciudad (hicieron falta, para venir a jefe de la resistencia popular, tres ejércitos franceses y se tuvo que recurrir a la monstruosidad de pegar fuego a las casas del pueblo para hacer salir a la gente y fusilarle de golpe) [Toda la historiografía nacional de este siglo,a partir de Benedetto Croce, siempre ha descrito los lázaros como bárbaros, fanáticos y groseros. Quisiera citar el juicio de quien les conoció por que luchó contra ellos,derrotándoles: los generales Championnet y Bonnamy. ¿Qué juicio más imparcial? Championnet escribe: “Jamás un combate estuvo tan terco: jamás una situación tan espantosa. Los Lázarones ¡qué maravilla! (…)héroes encarcelados en Nápoles. Se lucha por todas las calles. Se conquista la tierra palmo a palmo. Los Lázaroes tienen jefes intrépidos. La Fortaleza de S. Elmo les amenaza; la terrible bayoneta les derriba;se replegan, vuelven a la carga, avanzan con audacia,conquistan a veces…”].
En los días siguientes la toma de Nápoles y la institución de la República jacobina, un Cardenal de la Iglesia, príncipe y miembro de una de las más antiguas familias del Reino, Fabricio Ruffo de los duques de Baranello y Bagnara, al tiempo director de la colonia de S.Leucio, de su iniciativa se dirigió a Palermo para preguntar hombres y barcos al Rey para reconquistar el Reino.
Qué empujó al Ruffo nunca lo sabremos. Él no era un general, sólo un cura noble, como muchos en aquellos tiempos. Es cierto que, llegado a Palermo consiguió el título de Vicario plenipotenciario del Rey, un barco y siete hombres.
Probablemente, quienquiera habría renunciado a esta idea loca, sino él que partió con lo que tuvo, y desembarcó el 7 de febrero de 1799 en Calabria en proximidad de Pizzo, cerca de los feudos de su familia. Eran ocho personas. Cuatro meses después, el ejército de los voluntarios de la Santa Fe (el Ruffo llamó a su ejército “Armada de la Santa Fe” o “Armada Católica y Real”), o sanféistas, se componía de decenas de millares de personas, y entró en Nápoles de triunfador, restaurando la monarquía borbónica. Se trata sin otro de la página más heroica de toda la historia de la Contrarrevolución italiana. Frente a tales acontecimientos no se puede quedarse indiferentes: o se celebraban como convenía, o se difamaban y desmitificaban: la historiografía italiana de estos dos siglos y especie aquella de este siglo, ha elegido la segunda solución. No es posible contar los hechos históricos del envío. Nos limitamos a recordar sólo que, mientras en las provincias septentrionales del Reino ya se armaban espontáneamente miles de personas en cuanto Fernando el 8 de diciembre de 1798 emanó la proclama de defensa general del Reino, el Cardenal Ruffo por su parte empezó la reconquista de la Calabria hacia el mes de abril, y sólo en mayo movió hacia el Norte, pasando por Matera y luego por Altamura, para dirigirse hacia Manfredonia y Arriano, donde el 5 de junio llegó, y se preparó a marchar sobre la capital, que conquistó por una trágica batalla en la que lucharon los lázaros napolitanos, el 13 de junio, el día de S. Antonio, protector oficial del “Armada Católica y Real”.
En aquellos días, durante el asedio de Nápoles, el Ruffo habría querido salvar a los jacobinos cerrados en Castillo S. Elmo, y les ofreció la fuga por vía terrestre; pero ellos prefirieron encomendarse al Nelson, que asediaba Nápoles por vía marítima; el Nelson hizo ahorcar 99 de ellos, y de este acto despiadado ha nacido el mito de los “mártires de la República Partenopea”, de que siempre se culpan a los Borbones. Pero, como ya hemos explicado en la voz dedicada a Fernando IV, aunque el Rey hubiera podido conceder alguna gracia, difícilmente habría podido perdonar a quien se había manchado de alta traición, quien había conspirado con un invasor revolucionario y había provocado la caída de la monarquía y la caída del Reino en manos del enemigo; todo esto sin el mínimo apoyo popular, más bien, contra la voluntad del pueblo (y no sólo de aquel de la capital), como los meses anteriores demostraron inequívocamente.
Si queremos estar imparciales en el juicio histórico, hace falta hasta el final tener presente la real gravedad de la traición de los jacobinos, en dirección de los legítimos soberanos que hacia el pueblo del Reino; gravedad empeorada por el hecho que se entregó el Estado al invasor, y, sobre todo, a los ojos de los Soberanos, los traidores fueron en general nobles y a menudo amigos de la pareja real.
Pudiéndose dibujar un panorama instantáneo y general del Reino de Nápoles en el primer semestre de 1799, se encuentra miles de personas de los Abruzos y bajo Lacio hasta la Apulia y la Calabria armarse y combatir hasta la muerte contra la República jacobina y el invasor napoleónico en nombre de la Iglesia y de los Borbones de las Dos Sicilias. Queriendo sólo nombrar a alguien entre los más famosos jefes de la manifestación filoborbónica, hace falta citar, más allá de Fraile Diablo, G.B. Rodio, Giuseppe Pronio, Vito Nunziante [En el ’99 Nunziante pagó un Regimiento para luchar contra los franceses; Fernando le consideraba tanto que durante la Restauración le dio el título de Vicerey de Sicilia], Sciarpa, Panedigrano… importante recordar también la gran guerra sustentada por los franceses con la instauración de José Buenaparte y luego de Joaquín Murat sobre el Trono de Nápoles, contra el asillamado “bandidaje” meridional filoborbónico, desde 1806 hasta 1810.
Es una historia trágica, que se carateriza de matanzas feroces, represalias sin escrúpulos, escenas dramáticas e inciviles. Se sublevaron la Apulia, la Basilicata pero sobretodo todas las Calabrias, creando una guerra permanente. Los emergentes, dirigidos por algunos héroes de 1799 (Michele Pezza [Fernando dio a Pezza el título de duque y una rica pensión para sus mèritos; pero en 1806 éste dejó todo, a su mujer y a su hijos también, para volver a luchar contra los franceses y falleció heroicamente. Rechazando,aun, todo lo que José Bonaparte le prometió para traicionar a Fernando.], Sciabolone, De Donatis, G.B. Rodio [La Reina consideraba mucho a Rodio y le dio el título de marqués, para su abnegación por la causa. Él falleció como Fra’ Diablo en 1806], Sciarpa, Panedigrano, los protagonistas de la Santa Fe que después de siete años dejaron otra vez familia y trabajo, más todos sus privilegios adquiridos, para enfrentar a la muerte en una guerra desesperada para servir la misma causa de los siete años antecedentes, el mismo Rey contra el mismo enemigo), además otros nuevos exponentes contrarrevolucionarios, Carmine Caligiuri, Rodolfo Mirabelli, Alessandro Mandarini y otros, sustentados por los ingleses por vía marìtima, por años afrontaron los ejércitos francos-partenopeos, también luchando”en gran estilo”, como en Maida. Al fin estuvieron derrotados, pero Murat no consiguió la paz y el apoyo de sus sujetos: como habemos ya recordado en la voz dedicada a Fernando IV, cuando intentó la reconquista del Reino en 1815 desembarcando en Pizzo, fue tomado a fusiladas por los campesinos del lugar, por lo tanto parado, procesado y condenado a muerte.
La manifestación fue una ocasión excepcional por muchos populares y humildes para demostrar la misma fidelidad heroica a los soberanos, tal como fue ocasión por otros (aristócratas y señores) para demostrar la propia traición a sus bienhechores y soberanos.
Algunas consideraciones
Si no es posible contar todo, podemos dictaminar en algunos argumentos. La historiografiía italiana ha tratado los eventos heroicos y trágicos de la Insurrección italiana durante 25 años intentando ocultar la expedición de Ruffo y el sanféismo. Cuando ha resultado dificil hacerlo, ha pensado en eligir la calumnia dicendo que los hombres de Ruffo eran solo asesinos y delincuentes y Ruffo su digno jefe.
Naturalmente, no se puede negar que adhirieron también delincuentes y bandidos; el mismo Cardenal estuvo fuertemente contrariado por eso, y adoptó a menudo medidas severas para reprimir las acciones delincuenciales; hizo siempre todo el posible para salvar a los mismos jacobinos de la furia de sus hombres, tanto que ocurrió que los mismos republicanos se entregaran a él para salvarse de la venganza de los sanféistas.
¿Pero qué se pudo esperar de diferente? El 7 de febrero el cardenal disponía de 7 hombres; dos meses después, de miles de voluntarios del Reino: está claro que entre ellos también hubieran elementos peligrosos. ¡ Pero no fueron “la fuerza” de la Armada de la Santa Fe! Esto se componía de aristócratas, campesinos, burgueses, oficiales, incluso curas al séquito de un cardenal.
Lo que no se quiere admitir de toda esta historia (y por tal razón se tiende siempre subrayar sólo el aspecto de las violencias, las verdaderas y las inventadas), es la motivación real que empujó la inmensa mayoría de la población del Reino a adherir – por vía directa o indirecta – al sanféismo: es decir, sencillamente, el neto y también violento rechazo del jacobinos y sus ideales revolucionarios: es por lo tanto la fidelidad a la causa católica y borbónica. Ésto es el verdadero núcleo de la cuestión, lo que más duele después de doscientos años.
Los republicanos partenopeos también habrán sido descuidados (alguien), alguien también atrevido, muchos hicieron el final trágico que conocemos, pagando con la vida las mismas ideas; esto nadie lo puede y lo quiere negar. ¿Pero por qué, por contra, se sigue negando que todo el Reino fue contra los jacobinos y fiel a una concepción tradicional de la Fe y de la Monarquía?
En el bajo Lacio ocurrieron las primeras feroces matanzas de civiles: 1.300 personas, degolladas en Isla Liri y alrededores, Itri y Castelforte, devastadas; 1.200 personas matadas en Minturno en enero, otras 800 en abril; los habitantes de la ciudad de Castellonorato fueron todos asesinados; 1.500 fueron las personas traspasadas por espadas sólo en Isernia, 700 en la zona de Rieti, 700 en Guardiagrele, 4.000 en Andria, 2.000 en Trani, 3.000 en S.Severo, 800 en Carbonara, toda la población de Ceglie; en los años 1806-10, en la guerra de Calabria, recordemos a 2.200 víctimas en Amantea, 300 en Longobardi…
El mismo general francés [Thiébou El Gen. P. THIÉBOULT así atestigua en sus Mémoires (Paris, 1894, II, p. 325): “sin contar las pérdidas en los combates, más que sesenta mil de ellos,matados en las ruinas de sus ciudades y la ceniza de sus cabañas”. En: N. RODOLICO, Il popolo agli inizi del Risorgimento nell’Italia meridionale (1798-1801), Le Monnier, Firenze 1926, pp. XIII-XIV.] cálcula 60.000 civiles. ¡ Sólo los civiles destrozados por los franco-jacobinos en los cinco meses de la República!
Para concluir, la verdad histórica demuestra que las poblaciones italianas, y en particular las meridionales, rechazaron la Revolución francesa en nombre de la fidelidad a la civilización tradicional y a los gobiernos legítimos. Aquí está explicada la epopeya de la Santa Fe. El pueblo estuvo contra los jacobinos, y fiel a la monarquía borbónica.