Las Porcelanas de Capodimonte
La Fábrica de las Porcelanas de Capodimonte nace en 1738 con la boda de Rey Carlos con María Amalia Valpurga, hija del Elector de Sajonia Federico Augusto y nieta de Augusto el Fuerte, creador de la célebre fábrica de porcelana de Meissen.
El Rey, recordando la boda, quiso crear una nueva manifactura europea de porcelana, como la de Sajonia, la francesa y la habsburgica. En Italia ya existían las fábricas de Vezzi en Venecia (1720) de Ginori en Doccia (1737) y de Rossetti en Turín (1737).
Primeros responsables de la fábrica fueron Vittorio Schepers, Giovanni Caselli, el hijo de Livio Gaetano, encargado al empaste ; el escultor florentino Giuseppe Gricci encargado de modelar, el pintor Giuseppe Della Torre y Ambrogio Di Giorgio con otros obreros y jovenes.
El éxito de las porcelanas de Capodimonte corrisponde a la unión felix de la calidad del empaste del paste blando con mucho feldespato que esalta las bellas miniaturas hecha en punta de pincel por Giovanni Caselli. El paste blando permite al barniz de absorber la decoración, creando un suave efecto de “sottovetro”.
El empaste se compone de: caolin, feldespato, cuarzo. En la primiera fase de lavoración se modela manualmente cada elemento que forman el trozo. Después de la desecación, hay la cocción en dos fases:
a la primera de 700-800°C, sigue la decoración realizada a mano con colores sin plomo bajo barniz, la cobertura de la superficie con un esmalte a base silícea; luego hay la segunda cocción a 1400-1500°C, que hace los colores indelebles y brillantes en el tiempo.
Particularmente famosa es la producción de Biscuit, una pasta suave, translúcida, blanca.
Las tierras más aptas al amasijo en porcelana provenían de Calabria, de Fuscaldo y Porghelia, y dieron óptimos resultados al punto que las porcelanas de Capodimonte fueron consideradas superiores a aquéllas francesas.
Aumentaba la belleza un barniz de cobertura de extraordinaria compactabilidad, que determinaba efectos de luz atenuada y uniforme y tonos cromáticos delicadamente aterciopelados.
Al principio la decoración se inspiró en la de Meissen, luego siguió principalmente el gusto Rococó.
Dentro de poco, las obras de Capodimonte adquirieron una forma más elegante y elegante. La producción plástica llegó a las realizaciones más originales (animales, pájaros, figuras en grupos y aisladas), poniéndose célebre en toda Europa.
Hay que recordar en particular las tabaqueras de exquisita factura y pintura, jarras y bacías, mangos de bastón de varias formas, vasijas polícromas, vasijas de chimenea, tazas para uso doméstico, cafeteras, lecheras, servicios de platos de apreciable decoración e inspiración japonesa o con decoros de fantasía que representaban paisajes, grupos florales o de inspiración mitológica y además de vistas de villas napolitanas. Todas estas producciones se distinguían por la azucena azul.
En 1759 Rey Carlos decidió llevar consigo la manufactura con todos sus artistas y obreros a Madrid, donde dejó de existir en 1808. Pero en Nápoles la producción de Capodimonte no se paró nunca.
La Real Fábrica de Fernando
En 1771, en efecto, Fernando IV decidió reabrir la manufactura, antes en el Palacio Real de Portici luego en el Palacio de la Capital.
Nacieron las porcelanas de la Real Fábrica Fernandea, marcadas por una letra “N” azul coronada. Hubieron tres períodos artísticos de producción: desde 1773 hasta 1780 con la dirección artística confiada al pintor y escultor Francesco Celebrano; luego desde 1780 hasta 1799 (año de la invasión francesa), el período mejor, que vio el florecimiento de todas las artes napolitanas además del triunfo de la porcelana; por fin desde 1800 hasta 1806, año de la llegada de José Bonaparte, cuando la Real Fábrica cierra definitivamente su actividad.
Con la llegada, en 1780 de Dominio Venuti, la producción tuvo un notable impulso por su supervisión artística que produció obras de particular efecto: importantes servicios inspirados en pinturas, bronces con adornos en porcelana de carácter floral, vasijas y esculturas, tocadores con decoraciones polícromas de personajes o amorcillos o pájaros o flores y la realización de partes más útiles por decoraciones de la época como paneles murales, techos o pavimentaciones, columnas o lámparas.
En todo caso, en las décadas siguientes, los varios artesanos mantuvieron–y todavía mantienen – viva la tradición y el camino trazados por los Borbón.